Hay 422 millones de diabéticos en el mundo. Pero la inmensa mayoría ignora de dónde surge el nombre de la enfermedad y cómo atravesó los siglos la original idea del hombre-sifón con dulzura de miel en su orina.
Las últimas estadísticas relevadas por la Organización Mundial de la Salud indican que hay en el planeta 422 millones de adultos enfermos de Diabetes. Y serán 592 millones en el año 2035 según las proyecciones del mismo organismo. Multitudes que oscilan entre la preocupación y la angustia al recibir el diagnóstico que, de mínima, obligará a un cambio en el estilo de vida y alimentación junto con la ingesta de medicamentos y /o la inyección de insulina. Diabetes, esa palabra tan temida y que sin embargo tiene raíces etimológicas divertidas. Conocer ese origen quizá ayude a reducir la carga dramática que suele invadir al principio a los afectados por el exceso de azúcar en sangre.
La idea diabética del Hombre-Sifón viajó a través del tiempo, se afirmó en la Edad Media y para 1674 encontró pareja en otro término no menos sorprendente: “Mellitus”, derivado de “Mel”, es decir, miel, en latín. Ya lo había esbozado Avicena, filósofo y médico musulmán del siglo XI, en su célebre Canon de la Medicina: la orina de los diabéticos tiende a ser más dulce. Avicena, como Súsruta, el padre de la medicina hindú en el siglo III A.C, tenía el hábito profesional de hundir un dedo en el recipiente que contenía el pis de sus pacientes y luego llevarlo a su boca. Pero el que instaló la sociedad lingüística, perfecta e irrevocable, entre “Diabetes” y “Mellitus” fue el galeno inglés Thomas Willis que en ese 1674 seguía sin hacerle asco, como sus antecesores, a la comprobación empírica de que si la orina era dulce, el paciente era diabético. De allí en más, la “diabetes mellitus” designó – y designa- a la forma más tradicional y dañina de la enfermedad: la que deriva de la dificultad para procesar el azúcar en contraste con la “diabetes insípida”, patología por la cual el cuerpo no es capaz de absorber el líquido ingerido cada día. Un mal atendible, por cierto, pero que jamás habría estimulado la exaltada inspiración de Willis para escribir en sus tratados que la materia de su estudio era «maravillosamente dulce, como si estuviera aderezada de miel o azúcar“.
Para alivio de sus discípulos, en el siglo siguiente (1747) el farmacéutico alemán Andreas Marggraf, aisló un azúcar a partir de pasas de uva; y otro siglo después (1838), el químico francés Jean Baptiste Andre Dumas le dio a la sustancia aislada el nombre de «glucosa», que se deriva del griego «glycos«, es decir, Dulce. Y ya no hizo falta más que un pinchazo y un análisis de sangre para diagnosticar.
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Muy interesante la nota y muy útil poder repensar la enfermedad con la ayuda del humor!
Cuántos datos curiosos… Super interesante!
Me acaban de reenviar este interesante articulo. Excelente!
Hola, tengo diabéticos en mi familia. Les acabo de compartir esta maravillosa historia que desconocía y les encantó ¡ Felicitaciones al panel de Survey Work !